Activismo y conciencia, Israel y Palestina
Ser activista de causas que nos parecen justas es pasar de los ideales a las acciones, alinear lo que pensamos con lo que hacemos. También es una manera de despertar conciencias en los temas que nos mueven, sean sociales o ambientales. Pero el activismo no está exento de sus sombras.
Necesitamos hacernos unas reflexiones. Y me surge una de las preguntas que más me ha ayudado y que se hace a menudo en el entorno gestáltico para poder responsabilizarnos de lo que hacemos: ¿desde dónde? Desde donde me activo, desde donde reivindico. Qué me lleva a salir a la calle, a posicionarme en redes y en espacios públicos.
Esta sociedad nuestra nos quiere tontos y reactivos, para poder manipularnos desde los medios y las redes sociales. A veces, en lugar de “pensar y actuar”, funcionamos desde “sentir y actuar”, desde un impulso emocional. Muchas estrategias de comunicación y márquetin lo saben y lo usan.
Como humanos, estamos fisiológicamente y neurológicamente diseñados para sentir el dolor ajeno e incluso lo que no es ético o justo, porque eso es clave para la supervivencia de la especie. Pero para implicarnos en las causas que defendemos, esta empatía por sí sola no es suficiente. Es más, si hay demasiada nos desborda o nos desconecta por inundación. Entonces, o nos movemos en caliente por indignación o no nos movemos en absoluto por saturación.
Por otro lado, los hechos por si solos, a veces ya no nos mueven. Es como si estuviéramos lobotomizados, nuestra parte racional anulada. Para poder mantenernos en cierto activismo, necesitamos un criterio sobre el mundo, sobre lo que nos hace bien y lo que nos hace mal individual y colectivamente. Quiero recordar, que el activismo es lo que ha hecho evolucionar el mundo de los derechos sociales, y que el activismo viene precedido por la consciencia. O debiera.
Como en todo, necesitamos alinear lo que pensamos y hacemos con lo que sentimos. Solo hay que echar un vistazo a las noticias para ver que estamos adormecidos o manipulados. Si no, estaríamos en las calles por muchas razones, diciendo BASTA YA. Desde cuestiones más cercanas como el precio de los alquileres y la especulación hasta situaciones más lejanas y mucho más graves, como los asesinatos masivos en Gaza. Ya no tenemos criterio porque los medios se encargan de adiestrarnos.
Soy psicóloga, formadora, pero soy, ante todo, persona humana. Lo que escribo quiero que tenga pies y cabeza, acción y razón… pero también corazón. Confío en los muchos granos de arena, en las gotas en el océano y en cada pasito de un largo camino. Y me meto en el fango también. Lo digo bien alto y claro: lo que está haciendo el estado sionista de Israel es pura barbarie.
No es una guerra, es un genocidio. Tengo en mi corazón el dolor de los rehenes de Hamás y sus familias. Pero lo que hace un estado siempre es más grave que lo que hace un grupo terrorista. No solo por la magnitud y los números de víctimas de cada bando, sino porque cuando son los estados -que nos deberían proteger- quienes comenten atrocidades, los civiles estamos totalmente vendidos. Es un abuso de poder legitimado como pocos, y si los medios o los ciudadanos blanqueamos lo que hace un estado, esa impunidad con la que asesina a miles de personas genera impotencia y secuelas durante generaciones. Es trauma masivo.
Mientras el estado israelí mata a miles de civiles y niños, el mundo “civilizado” mira a otro lado. Mientras hace explotar dispositivos electrónicos sin tener en cuanta las consecuencias civiles, el mundo discute que si son galgos o son podencos.
Por esto y mucho más, lo del Estado Sionista de Israel es inhumano y genocida como lo fue el Tercer Reich. Los descendientes de las víctimas, son ahora los verdugos. Y ahora, los estados «garantes de derechos” en Europa, defienden sus intereses y no los derechos humanos más elementales. No perdamos nuestra humanidad: pensemos, sintamos y actuemos para el bien de nuestro mundo. Necesitamos dar el salto a una humanidad más consciente, más empática y más movilizada para el bien común.