El feminismo sin activismo es pura palabrería. Hay un activismo en la vida cotidiana, un feminismo que se encarna en el día a día, y ese es el que va a cambiar el mundo. Los discursos sin encargar se convierten en demagogia o dogmatismos. El feminismo consciente de mujeres y de hombres es lo que va a sacarnos del patriarcado.

Ser feminista es dar las gracias cuando, al llegar a casa, te encuentras la comida en la mesa sin que hayas tenido que comprar ni cocinar, ni pagar por ello. Porque eso es dar valor al trabajo invisibilizado de las mujeres (y el agradecimiento vale para el cocinero tanto como para la cocinera).

Ser feminista es dirigirte al encargado del supermercado para decirle que la música con letras machistas que suena no puede formar parte del hilo musical, o incluso dejar constancia en un libro de reclamaciones.

Ser feminista es decir que ese chiste machista (o racista, u homófobo) del que los demás se están riendo a ti no te hace ni pizca de gracia.

Ser feminista es ofrecer tu apoyo en el metro a una mujer que lo está pasando mal ante un hombre y no se atreve o no sabe pararle los pies.

Ser feminista es hacerle ver a quien pretende echarte un piropo que lo que dice es una ofensa para muchas mujeres («tu podrías alquilar tu vientre porque haces unos críos muy bonitos»)

Ser feminista es decirle a tus familiares que ciertos regalos «sexies» no los quieres para tus hijas de 10 años

Ser feminista es poder decir en conversaciones de tu gente cuando sale el tema de la prostitución o vientres de alquiler que el cuerpo de las mujeres no se compra ni se vende.

Ser feminista es enseñarle a tus hijos de 6 años que la fuerza física no es lo que hace mejores a los niños que a las niñas.

Ser feminista es usar los microfeminismos cuando se dan los micromachismos.

Ser feminista es, sobre todo y ante todo, permitir que salga nuestra voz de mujeres en tantos momentos del día. La voz de las entrañas… aunque sea bajito, aunque salga temblando, aunque tenga vergüenza o aunque grite o dé portazos.

Ser activista de causas que nos parecen justas es pasar de los ideales a las acciones, alinear lo que pensamos con lo que hacemos. También es una manera de despertar conciencias en los temas que nos mueven, sean sociales o ambientales. Pero el activismo no está exento de sus sombras.

Necesitamos hacernos unas reflexiones. Y me surge una de las preguntas que más me ha ayudado y que se hace a menudo en el entorno gestáltico para poder responsabilizarnos de lo que hacemos: ¿desde dónde? Desde donde me activo, desde donde reivindico. Qué me lleva a salir a la calle, a posicionarme en redes y en espacios públicos.
Esta sociedad nuestra nos quiere tontos y reactivos, para poder manipularnos desde los medios y las redes sociales. A veces, en lugar de “pensar y actuar”, funcionamos desde “sentir y actuar”, desde un impulso emocional. Muchas estrategias de comunicación y márquetin lo saben y lo usan.

Como humanos, estamos fisiológicamente y neurológicamente diseñados para sentir el dolor ajeno e incluso lo que no es ético o justo, porque eso es clave para la supervivencia de la especie. Pero para implicarnos en las causas que defendemos, esta empatía por sí sola no es suficiente. Es más, si hay demasiada nos desborda o nos desconecta por inundación. Entonces, o nos movemos en caliente por indignación o no nos movemos en absoluto por saturación.

Por otro lado, los hechos por si solos, a veces ya no nos mueven. Es como si estuviéramos lobotomizados, nuestra parte racional anulada. Para poder mantenernos en cierto activismo, necesitamos un criterio sobre el mundo, sobre lo que nos hace bien y lo que nos hace mal individual y colectivamente. Quiero recordar, que el activismo es lo que ha hecho evolucionar el mundo de los derechos sociales, y que el activismo viene precedido por la consciencia. O debiera.

Como en todo, necesitamos alinear lo que pensamos y hacemos con lo que sentimos. Solo hay que echar un vistazo a las noticias para ver que estamos adormecidos o manipulados. Si no, estaríamos en las calles por muchas razones, diciendo BASTA YA. Desde cuestiones más cercanas como el precio de los alquileres y la especulación hasta situaciones más lejanas y mucho más graves, como los asesinatos masivos en Gaza. Ya no tenemos criterio porque los medios se encargan de adiestrarnos.

Soy psicóloga, formadora, pero soy, ante todo, persona humana. Lo que escribo quiero que tenga pies y cabeza, acción y razón… pero también corazón. Confío en los muchos granos de arena, en las gotas en el océano y en cada pasito de un largo camino. Y me meto en el fango también. Lo digo bien alto y claro: lo que está haciendo el estado sionista de Israel es pura barbarie.

No es una guerra, es un genocidio. Tengo en mi corazón el dolor de los rehenes de Hamás y sus familias. Pero lo que hace un estado siempre es más grave que lo que hace un grupo terrorista. No solo por la magnitud y los números de víctimas de cada bando, sino porque cuando son los estados -que nos deberían proteger- quienes comenten atrocidades, los civiles estamos totalmente vendidos. Es un abuso de poder legitimado como pocos, y si los medios o los ciudadanos blanqueamos lo que hace un estado, esa impunidad con la que asesina a miles de personas genera impotencia y secuelas durante generaciones. Es trauma masivo.

Mientras el estado israelí mata a miles de civiles y niños, el mundo “civilizado” mira a otro lado. Mientras hace explotar dispositivos electrónicos sin tener en cuanta las consecuencias civiles, el mundo discute que si son galgos o son podencos.
Por esto y mucho más, lo del Estado Sionista de Israel es inhumano y genocida como lo fue el Tercer Reich. Los descendientes de las víctimas, son ahora los verdugos. Y ahora, los estados «garantes de derechos” en Europa, defienden sus intereses y no los derechos humanos más elementales. No perdamos nuestra humanidad: pensemos, sintamos y actuemos para el bien de nuestro mundo. Necesitamos dar el salto a una humanidad más consciente, más empática y más movilizada para el bien común.

ESCUCHAR EN FORMATO AUDIO

Cuando por motivos técnicos decidí que iba a renovar mi web profesional de psicóloga y terapeuta, no pensé que esto supondría una especie de reencuentro con mi historia profesional y personal de los últimos 12 años. ¡menudo viaje releer mis antiguos poemas y reflexiones! En cierto modo me parecen antiguos y en cierto modo me parecen totalmente actuales. Es que claro, así son las transiciones entre etapas vitales. Cada vez que dejamos atrás una etapa y nos adentramos en la siguiente se abre una especie de portal, donde lo antiguo no se va del todo y lo nuevo aún está por llegar. Esa incertidumbre nos atemoriza.

Los ritos nos ayudan a poner conciencia y atravesar portales con la comunidad a la que pertenecemos,  y las transiciones vitales nos pueden llegar a pasar desapercibidas. Hay que parar, y hacerlo me sirve para digerir lo vivido, mirar atrás y recoger lo aprendido, a veces con gusto y otras a golpe de vida.

En este momento, me doy cuenta de que quiero homenajear lo vivido con mis pacientes, las cosas bellas (mayoría), las difíciles para ellos/ellas y para mí y, como no, los retos. Me siento honrada de ser testigo, catalizador y contenedor de tanta vida. Siempre digo que es como vivir muchas vidas en una, acompañar la historia y la vida de otros.

Releer mi blog ha sido, inesperadamente, parte de un ritual de paso que me ayuda a poner orden en lo vivido para preparar el nido personal y profesional. Esta vez, el nido va a acoger mi madurez, va a acogerme y recogerme, a hacer hueco a lo nuevo. Sea lo que sea que me traiga la nueva etapa, lo pondré al servicio de mí misma y -como ondas concéntricas al tirar una piedra al mar- de mi gente y de mis pacientes.

Siento llegar la madurez en mí, la oigo en el cuerpo y en el corazón y deseo aprender, vivir con consciencia la nueva etapa. Quiero disfrutar de mi nuevo hogar en el bosque, irme un poco hacia dentro, gozar de tiempos sin prisa para el jardín o para el huerto, cocinar, coser, escribir, dibujar, contemplar, saborear. Tiempo también para compartir con mi gente querida. Siento que la madurez tiene muchos regalos, en especial para las mujeres, y me quiero preparar para poder recibirlos: serenidad, intimidad, creatividad, sabiduría, desapego. Vaya, que me lo quiero tomar en serio trabajando menos y respirando más.

Así que por un tiempo pauso los grupos de formación porque me apetece disfrutar de más fines de semana y recoger un poco mi energía. Tengo intención de ir compartiéndome de vez en cuando en este blog, a través de mis reflexiones, artículos, imágenes y poemas. Y por supuesto, sigo ahí para mis pacientes.

Porque para mí, esta profesión no solo es una vocación, es como hacer artesanía de las relaciones humanas;  abrirme al encuentro, estar disponible, dejarme sorprender y acompañar las sombras sin perder la confianza en algo que nos sostiene a todos y que es un absoluto e inabarcable Misterio.

¿Qué es hacerse mayor? Te plantas delante de una cámara  y te dejas ver, con tus 50 en el cuerpo y con tus 17 en el alma. ¡Vaya dos! Ahí, con esas ganas, esa mirada que a algunos se nos pone de querer comerse el mundo antes de que el mundo nos coma. Cincuenta, con algunas batallas ganadas y algunos ídolos caídos. Ahí, justo ahí, en primera fila del objetivo, el rostro y el cuerpo.

¿Qué es hacerse mayor? Darme cuenta que acumulo tanta experiencia como arrugas (de momento, ni mucho ni poco de ninguna de las dos cosas); que la elasticidad que pierdo en la piel la uso para comprender… bueno, a veces. Este cuerpo, que por la mañana cuando estrena el día amanece sintiendo que ya no es tan flexible, que ve menos nítidas algunas cosas y siente más claras otras. El cuerpo se hace mayor… con tantos regalos que he tomado por descontados durante tanto tiempo y que innegablemente han ido y van gastándose con los años. Viéndome y sintiéndome con las alegrías y las decepciones, con las manchas y los sofocos, con la risa juguetona y la ilusión de participar del mundo, aunque ya sin comérmelo y comprendiendo que, claro, a veces el mundo me come.

¿Qué es hacerse mayor? siento que hacerse mayor es pasar etapa a etapa, soltar algo (nunca todo) y aceptar el reto y regalo siguiente. Mirar con agradecimiento lo que hay, a cada día su afán. Sentir mi cuerpo como el templo de la Vida, como decía el sabio. Quiero que hacerme mayor sea aprender a acompasar el alma con el cuerpo. No creo que el cuerpo sea la cárcel de un alma siempre joven, no lo creo. Siento y agradezco al cuerpo por ser aquello que justamente me permite experimentar la existencia, el recipiente que contiene la vida con todos sus matices, sus colores y sus límites. Quiero sentir que hacerse mayor es darle tregua al cuerpo, desacelerar el ritmo y mecer el alma. Saborear despacito todos los rincones de la existencia.

 

¿Estaremos aún a tiempo
De volver a hundir las raíces en la tierra
Y poder respirar?

¿Recordaremos la magia de como el trigo deviene pan?

Olería campos y también sudores,
Bebería agua saboreando con gusto sus sinsabores

¿Llegaremos a tiempo para descansar el cuerpo
Y disfrutar de lo vivido?
¿Y despertar lo dormido?
¿Y temer lo prohibido y, aun así,
Salir a navegar?

Será tiempo de cuidar, de lo propio y de lo ajeno,
darle mimo para que la piel vuelva a recordar?

(reflexiones en tiempos de covid)

Lo confieso, he pasado estos días ya por unos cuantos estados emocionales y mentales muy distintos. Una verdadera montaña rusa. ¡Y lo que nos queda!

Es ella, lo sé, la pandemia del miedo, la que lo explica todo. Llamémosle coronavirus para centrarnos en el presente.

Cuando sentimos miedo, somos capaces de cualquier cosa. Lo primero, proteger nuestra vida… y por increíble que parezca, eso incluye arrasar en los supermercados sin pensar en nada que no sea uno mismo y como mucho las propias crías. Como si la vida de uno, aquí y ahora, dependiera de una bandeja de carne o de un rollo de papel higiénico. El sinsentido del miedo llevado al extremo más ridículo y surrealista.

O bien, nos encerramos en casa para no contagiar y no ser contagiados del virus que, aunque no mata indiscriminadamente (datos objetivos de la OMS) colapsa nuestros servicios sanitarios y puede tocar a nuestros seres queridos más vulnerables. ¿y si no hay recursos para ellos? ¡Hay que aplanar la curva! Obedecemos por miedo y por responsabilidad.

Otros no queremos creer lo que está pasando, negamos la mayor y nos enfrascamos en teorías conspiratorias (algunas bastante verosímiles y otras, pura paranoia también) para así estar entretenidos y despistarnos del miedo, que nos podría asustar.

Otros nos ponemos hipercríticos con los demás, en primer lugar, con los políticos responsables de la gestión de la crisis. ¡Son ineptos! (que hasta puede ser verdad) y así nuestra furia y nuestras racionalizaciones nos ayudan a esconder nuestras dudas.

Algunos sacamos nuestra parte “salvadores del mundo” y nos ocupamos en un sinfín de actividades, algunas muy creativas, para ahorrar a otras personas esos momentos duros que en nosotros mismos, si paráramos y los sintiéramos, nos costaría superar.

Y otros aprovechamos para arrimar el ascua a nuestra sardina… «porque algún día esto pasará» y… a río revuelto, ganancia de pecadores (ay, de pescadores, quería decir) Y así, lejos del hoy, un futuro mejor nos distancia de la sensación de miedo presente. ¿Quién dijo miedo?

Morir, sentir escasez, sentir dolor o enfermar… si alguna vez se nos ha olvidado, ahora lo tenemos de frente. Y si alguna vez se nos ha olvidado que lo que nos pasa a uno de nosotros nos afecta a todos los seres humanos y al planeta, pues, ala, ahí lo tenemos.

Reconozcámolso: no nos gusta mirar el miedo ni sentir la vulnerabilidad de la vida. Como no lo hacemos, como no practicamos, no sabemos lidiar con ello. Son momentos singulares, estos que nos ha tocado vivir, difíciles sin duda. Me gustaría pensar que si los miramos y los sentimos desde la conexión y la conciencia podrán servirnos de aprendizaje, personal y social.

El miedo nos sirve para tener precaución, pero cuando se eterniza nos bloquea. Habrá que salir un día de detrás de las mascarillas, volver a darnos las manos y los besos, juntarnos para celebrar o protestar, según convenga.

Sólo juntos, en el amor y en el dolor, podemos salir adelante como especie. Hoy tal cual siempre fue.  Está en nuestro ADN humano, hechos todos de agua y tierra, cocidos a fuego bajo un solo cielo universal. Frágiles como un jarrón de cerámica, fuertes como un huracán.

Observar y respirar, calladamente
ver la vida fluir, sin intervenir, dejarse tocar y a la vez soltar.
Abandonar toda pretensión de meter las manos,
sólo entregarse en presencia, compasiva,
acompañando lo que sucede.

O gritar, lanzar la voz rasgando silencios de miedo,
ocupar con el grito el espacio de aquellos a quienes se les ha arrebatado.
Gritar para denunciar la injusticia, despertar conciencias,
voz de los sin voz, como siempre, en la historia.

En esto estaba yo cuando me zambullí en el mar,
y las luces de la mañana jugaban con mi sombra
que danzaba en el fondo arenoso
a través del agua transparente, escurridiza y salada.
Y unos pececitos, ingenuos o atrevidos, me picoteaban los pies.

Al salir de agua, me puse crema protectora
para que el sol no me abrasara la piel.

Me conmueve verme y sentirme Nosotras, en femenino y en plural. Mujer entre mujeres, una de nosotras. Ahí conecto con una fuerza serena y una ternura inmensa. Una verdad clara. Porque cuando nos conectamos unas con otras, en esa compañía que no juzga, podemos levantar la cara, mostrar el rostro en cualquier momento: lleno de lágrimas o de mocos, de sensibilidad, de miedo o de vergüenza, de risa desternillante o de rabia contenida o desbocada y saber que nunca volveremos a estar solas. Que apartarnos, culparnos, ningunearnos o escondernos, ya no serán más lo que ahonde y perpetúe nuestras heridas. Hay que salir con la cara al aire.

Nuestro cuerpo retoma, en compañía de nuestras hermanas, la fuerza de nuestros muslos, la vitalidad de nuestra sexo, la certeza de nuestro vientre, la compasión del corazón y la claridad de nuestra mente. Una mirada limpia y limpiadora de dolores, primero los propios y luego los ajenos. Dime, hermana, donde estuviste, que te había perdido? Desde el origen de los tiempos, te he buscado. Bienvenida.

La belleza de lo que fue y ya no es. La belleza de lo que vive gracias a lo que fue.