abr 082016

deportaciones, no en mi nombre

Lo que sucede con los refugiados no es una crisis humanitaria, es una crisis de humanidad. Y eso es grave. No sólo es grave por la muerte que supone, por el miedo y la desesperación de padres que huyen de las bombas para salvar a sus hijos, sabiendo que arriesgan la vida de todos en el mar. Es grave, no sólo porque los gobiernos de Europa cierran sus fronteras y “contratan” a Turquía para hacer el trabajo sucio. Es grave, no solo porque se llenan la boca de eufemismos maquillando una realidad de dolor humano y tramando una estrategia de saturación en los medios de comunicación para que nos “acostumbremos”
Es grave porque nos acostumbramos. Es grave porque ante nuestras narices de ciudadanos europeos más o menos a salvo, el dolor de madres, abuelos, padres y niños nos parece ajeno.
Hay mucho dolor e injusticia en el mundo, cierto. Pero ignorar el dolor de personas hambrientas, explotadas y abusadas que nos quedan lejos (en otros continentes) es humanamente más comprensible, porque no podemos cargar el sufrimiento de toda la humanidad a nuestras espaldas, somos demasiado pequeños, demasiado insignificantes. Podemos colaborar con organizaciones que trabajan sobre el terreno, apoyar causas, pero emocionalmente no podemos estar permanentemente en contacto con tanto dolor. Por suerte para nosotros (porque hemos nacido aquí en lugar de allí), no lo vemos delante cada día.
Sin embargo, ignorar y no dar auxilio a quien se ahoga delante de nuestras playas, no consolar al bebé que llora porque no encuentra a mamá, o a mamá que llora agotada de miedo por sus hijos, no mirar a los hojos al padre que no sabe cómo proteger a su familia, cerrar la puerta a los que han perdido a un hermano, amiga o hijo bajo las bombas de su propio país, sabiendo que al otro lado hay un infierno, eso es extremadamente grave. Significa haber perdido nuestra humanidad, nuestra capacidad de empatizar, significa que el corazón de carne con el que nacemos se ha convertido un corazón de piedra. Desentendernos de nuestro ser, de nuestra historia, olvidar que también nosotros tenemos la vida gracias a que sobrevivieron nuestros ancestros a guerras y dificultades con su lucha y con la ayuda de otros. Si nos negamos la humanidad, no nos quedará nada.
De nosotros depende vivir o morir, ayudar a vivir o ayudar a morir. Y tenemos que gritar a nuestros representantes, por nuestra dignidad y la de nuestros hermanos refugiados, que no en nuestro nombre. “DEPORTACIONES, NO EN MI NOMBRE”.

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