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La pandemia del miedo

Lo confieso, he pasado estos días ya por unos cuantos estados emocionales y mentales muy distintos. Una verdadera montaña rusa. ¡Y lo que nos queda!

Es ella, lo sé, la pandemia del miedo, la que lo explica todo. Llamémosle coronavirus para centrarnos en el presente.

Cuando sentimos miedo, somos capaces de cualquier cosa. Lo primero, proteger nuestra vida… y por increíble que parezca, eso incluye arrasar en los supermercados sin pensar en nada que no sea uno mismo y como mucho las propias crías. Como si la vida de uno, aquí y ahora, dependiera de una bandeja de carne o de un rollo de papel higiénico. El sinsentido del miedo llevado al extremo más ridículo y surrealista.

O bien, nos encerramos en casa para no contagiar y no ser contagiados del virus que, aunque no mata indiscriminadamente (datos objetivos de la OMS) colapsa nuestros servicios sanitarios y puede tocar a nuestros seres queridos más vulnerables. ¿y si no hay recursos para ellos? ¡Hay que aplanar la curva! Obedecemos por miedo y por responsabilidad.

Otros no queremos creer lo que está pasando, negamos la mayor y nos enfrascamos en teorías conspiratorias (algunas bastante verosímiles y otras, pura paranoia también) para así estar entretenidos y despistarnos del miedo, que nos podría asustar.

Otros nos ponemos hipercríticos con los demás, en primer lugar, con los políticos responsables de la gestión de la crisis. ¡Son ineptos! (que hasta puede ser verdad) y así nuestra furia y nuestras racionalizaciones nos ayudan a esconder nuestras dudas.

Algunos sacamos nuestra parte “salvadores del mundo” y nos ocupamos en un sinfín de actividades, algunas muy creativas, para ahorrar a otras personas esos momentos duros que en nosotros mismos, si paráramos y los sintiéramos, nos costaría superar.

Y otros aprovechamos para arrimar el ascua a nuestra sardina… «porque algún día esto pasará» y… a río revuelto, ganancia de pecadores (ay, de pescadores, quería decir) Y así, lejos del hoy, un futuro mejor nos distancia de la sensación de miedo presente. ¿Quién dijo miedo?

Morir, sentir escasez, sentir dolor o enfermar… si alguna vez se nos ha olvidado, ahora lo tenemos de frente. Y si alguna vez se nos ha olvidado que lo que nos pasa a uno de nosotros nos afecta a todos los seres humanos y al planeta, pues, ala, ahí lo tenemos.

Reconozcámolso: no nos gusta mirar el miedo ni sentir la vulnerabilidad de la vida. Como no lo hacemos, como no practicamos, no sabemos lidiar con ello. Son momentos singulares, estos que nos ha tocado vivir, difíciles sin duda. Me gustaría pensar que si los miramos y los sentimos desde la conexión y la conciencia podrán servirnos de aprendizaje, personal y social.

El miedo nos sirve para tener precaución, pero cuando se eterniza nos bloquea. Habrá que salir un día de detrás de las mascarillas, volver a darnos las manos y los besos, juntarnos para celebrar o protestar, según convenga.

Sólo juntos, en el amor y en el dolor, podemos salir adelante como especie. Hoy tal cual siempre fue.  Está en nuestro ADN humano, hechos todos de agua y tierra, cocidos a fuego bajo un solo cielo universal. Frágiles como un jarrón de cerámica, fuertes como un huracán.

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