Una de las dificultades emocionales que llevan a las personas a consultar un psicólogo o terapeuta más habitualmente es la ansiedad. De hecho, la ansiedad -y su prima hermana la angustia- no son propiamente emociones, sino estados psicosomáticos relacionados con el estrés emocional. Vivimos en una sociedad compleja y acelerada y tenemos que hacer tantas gestiones, atender tantas cosas, que muchas personas vivimos como si el día no tuviera suficientes horas. Esta aceleración hace muy difícil que podamos sentir lo que nos pasa, darnos cuenta de las emociones que se nos generan al relacionarnos con compañeros, hijos, familia y gestionarlas de manera útil. Las emociones no gestionadas se acumulan y nos crean conflicto y presión interna. Es entonces cuando salta la alarma y aparece la ansiedad o angustia: palpitaciones, ahogo, insomnio, hipersensibilidad … es una especie de grito del cuerpo, un SOS, que nos indica que algo no funciona bien y el cuerpo ya no puede soportar la presión.
Angustia y angosto tienen la misma raíz etimológica: angosto, estrecho … la angustia es un paso demasiado estrecho para una emoción que quiere salir. Imagínemos una compuerta de un pantano cuando el pantano está a punto de desbordarse, ahí, sujetando toda esa masa de agua. Pues eso es la ansiedad. Como hay situaciones que nos hacen daño, sentimos emociones como la rabia, el miedo o la tristeza en relación a lo que nos sucede, pero en lugar de gestionarlas, las queremos evitar. En lugar de actuar o cambiar, de mover la situación o aceptarla, queremos hacer como si no existiera, es un intento de protegernos (como los muros de contención de un pantano, esa evitación tiene una función de protección).
Podemos rebajar la intensidad de los síntomas con anestesia (como hacernos con medicación ansiolítica, calmantes, etc) pero también podemos aprovechar el aviso para ir más a fondo.
Cuando sentimos angustia nos podemos preguntar: ¿que emoción no estoy dejando que se exprese? ¿Qué me genera esta emoción y de qué me está avisando? ¿Cómo gestionarla? Si repasamos los diferentes ámbitos de nuestra vida, la mayoría de las veces no nos costará identificarlo. Si no lo encontramos, podemos pensar dos cosas: o que no tenemos ningún contacto consciente con nuestras emociones o que hemos acumulado cosas tan antiguas que para limpiarlas necesitaremos tiempo y ayuda para desenterrar la llave del desván donde cerramos lo que no queríamos ver o sentir.
Los síntomas del cuerpo, como las sensaciones que trae la ansiedad, siempre son nuestros aliados, y si los escuchamos, podremos empezar a conocernos mejor gracias a nuestras emociones. Siempre digo que los síntomas, en este caso la ansiedad, son los mensajeros, y los mensajes que tienen que ser entregados para nuestro bienestar, vuelven una y otra vez. Así que, antes de matar al mensajero, vale la pena haber leído y comprendido el mensaje