Observar y respirar, calladamente
ver la vida fluir, sin intervenir, dejarse tocar y a la vez soltar.
Abandonar toda pretensión de meter las manos,
sólo entregarse en presencia, compasiva,
acompañando lo que sucede.

O gritar, lanzar la voz rasgando silencios de miedo,
ocupar con el grito el espacio de aquellos a quienes se les ha arrebatado.
Gritar para denunciar la injusticia, despertar conciencias,
voz de los sin voz, como siempre, en la historia.

En esto estaba yo cuando me zambullí en el mar,
y las luces de la mañana jugaban con mi sombra
que danzaba en el fondo arenoso
a través del agua transparente, escurridiza y salada.
Y unos pececitos, ingenuos o atrevidos, me picoteaban los pies.

Al salir de agua, me puse crema protectora
para que el sol no me abrasara la piel.

A veces, cuando duermo, veo claro,
Nutrida de descanso, de bosque y caminatas.

Sé qué quiero:
Aceptar el ayer,
Vivir en presencia el hoy y
Creer en el mañana

Caminar más despacio,
Airear mis pensamientos en la era,
que el viento separe el grano de la paja;
Darme el tiempo de sentir
Y de digerir lo que siento:

Acompañarme las tristezas,
Respetar mi enojo y dejarlo hablar
Escuchar y cuidar mis miedos
Abrirme a la alegría y ¡que corra y vuele!

Que la belleza no me pase por alto…
Ni tampoco por debajo
Que me atraviese por dentro y
a su paso me alimente

Que cuando los que amo me pesen
Abra el corazón y suelte, ¡que suelte!

Que cuando la ola, en su espectacular plenitud,
me asuste, allí dentro d la mar brava,
Pueda confiar en el arte del equilibrio,
Delicado, entre hacer que suceda y dejar que suceda

Que me pueda mirar siempre desde un poco más allá
Que me pueda sentir siempre desde dentro, bien acá

Que descanse cuando esté cansada
y cuide de mi fragilidad
Que ame a la medida de mi corazón
Y que sostenga su fuerza

Que la compasión anide
Y que yo, Anna, pueda respirar la libertad del mundo.

Tivissa, mayo 2019

Tan escondida,

Cuando te encontré

Habías crecido y apenas te reconocí.

Respiré a tu lado,

sin más, quedamente .

Y te abracé.

Cuando se le partía el corazón,  los pedacitos se calzaban las botas y salían al bosque cogiditos de la mano. El sol,  que amanecía, les calentaba las mejillas.

Tócame suave la oreja,
En ese sitio donde se funden los sustos,
Y huelen a chocolate caliente,
Donde lo oscuro sabe dulce

Dame la mano,
Y sabré que no estoy sola
Y q los susurros del bosque
Son sólo melodías que velan mi sueño.

Mírame mas allá de mis ojos,
Y se tu por un momento
Mi dios padre-madre,
El que me conoce
Y me quiere,

La que admira el trocito sagrado de creación que soy:

Naturaleza viva

Insuflada de amor inquebrantable.

Desde Siempre y para siempre.

Abre los ojos y mira
O ciérralos y siente
Mira,  siente ese miedo
que te atenaza,
que te avergüenza
que alienta en tu nuca.

Date la vuelta,
Déjate temblar.

Permite que el monstruo te coma

O cómetelo tu.
Muerde,  como él,
Juega a ser odioso,
Negro como el vacío,
Asqueroso y primitivo.

Baila locamente con tu miedo,
Deja que te posea,
Entrégate y abandónate,
Quien sabe,  quizá puedas jugar con él.

Sucumbe,  sin lucha,
A sus formas sinuosas,
A sus límites difusos,
A sus lazos que aprietan,
A su oscuridad,
A su fuerza.

¿Quien come a quien?
Arrástralo y escúpelo,
Expulsa el veneno en frenético baile,
Tarantela en el centro
Del mismísimo fuego.

Te sostendrá la tierra,  el agua y el aire
Y la presencia de tus hermanos y hermanas.
Déjate arder como si  fueras a ser engullido y desaparecer.

Embrutécete,
Entra en lo oscuro.
Lleva tu luz contigo cuando entres.

Entrégate al baile bendito de la locura.

Saldrás; no sabrás como lo hiciste,
Pero ahí estarás,
Purificado,  purificada
En medio del lodazal

 

El corazón con miedo de latir:
Por demasiado fuerte, o por demasiado débil.
Entre el grito estremecedor y el silencio frío, helado,
Tanto dolor!

Y entonces -nunca sabrás cómo ha llegado aquí,
Ni de donde ha salido- la confianza se asoma.
Desafiante, diríamos,
Si no fuera por el sublime arte de la humildad,
que la escolta.

Allí, de pie,
Entera, serena, cálida.
Como la vida misma.
Allí, radical.
Innegociable.

 

El alma cansada,
el corazón descorazonado,
un hilo de vida
que late por pura inercia.

Desnudarse sin prisa
de los vestidos que en los márgenes
ya no nos protegen.

Deshacerse sin esfuerzo
ni oposición,
diluyéndose poco a poco
en lágrimas sin tristeza.

Perderse del todo, sin miedo,
desdibujando los límites de la existencia.
Plácida rendición.