El alma cansada,
el corazón descorazonado,
un hilo de vida
que late por pura inercia.

Desnudarse sin prisa
de los vestidos que en los márgenes
ya no nos protegen.

Deshacerse sin esfuerzo
ni oposición,
diluyéndose poco a poco
en lágrimas sin tristeza.

Perderse del todo, sin miedo,
desdibujando los límites de la existencia.
Plácida rendición.

Escucho un latido suave y denso,
Abro el corazón y me regalo sentir el eco
Del movimiento de las alas, sonido que se extiende sin límites,
Y que al irse de mí, a mí vuelve,
Más intenso, más sabio, más lleno.

Me hace sentir más vacía de mí,
El cuerpo más pesado, esparciéndose sobre la tierra húmeda y rica,
Como lava incandescente, sin destino, sin prisa, antes de volverse piedra.

Me siento parte, en los ojos de cada compañero, como la brizna de hierba en del prado,
Me siento valiente, llena de la belleza del árbol caído en medio del bosque
Me siento atenta y vigilante, y como la marmota,
Escucho el viento que, generoso,
me trae comprensiones llenas de silencio.

Emoción proviene del latín emotio del verbo emovere, mover. Cuando nos emocionamos nos movemos, pero nos movemos literalmente, nuestro cuerpo se mueve: músculos, tejidos, fluidos, neurotransmisores, hormonas… se mueven. De hecho, mientras vivimos, incluso en la más absoluta quietud, el cuerpo está en movimiento. Reconocer nuestras emociones es sentir como cada situación nos mueve internamente. Y el movimiento espontáneo del organismo ante el entorno es pura adaptación, como un animal ante su presa… o ante su depredador. A medida que desconectamos nuestro organismo de la naturaleza perdemos parte de nuestra información, la que el cuerpo conoce intuitivamente. Tiene algunas ventajas para la vida social, pero eso también tiene un coste para nuestro bienestar y nuestra salud. Si queremos conocernos, sentirnos más completos, debemos empezar escuchando y comprendiendo los movimientos y mensajes de nuestro cuerpo que nos llegan también en forma de e-mociones.

 

Ir y volver, tomar y soltar, expansión-contracción. Un mismo movimiento único expresado en mil momentos y contextos, como el latido del corazón, el obstinato de la respiración, el baile de la anémona.

Voy hacia ti, el Otro, y me adentro en tu risa o en tu llanto, en tu alegría o en tu dolor, en tu amor. Por un instante, me siento, confiada me entrego.

En segundos la desconfianza y el miedo asoman. Vuelvo a mí, a ese yo tras mis barreras, vuelvo a una seguridad precaria e incierta. Me separo.

Sé, pese a todo, que puedo ir y que puedo volver.

Cuando estoy en mí, entregada y abierta a quien soy y a quien eres, por un instante en el tiempo y fuera de él, entonces surge el encuentro profundo, mucho más allá del miedo y la desconfianza, el encuentro en que tu y yo nos intercambiamos y nos con-fundimos en la certeza y serenidad de la pura vida, la existencia en el amor, existencia rendida, sin condiciones.

 

Cuando duele el alma, cuando duele vivir, ponemos en marcha nuestros mecanismos de autoprotección que nos permiten «sobrevivir al dolor». El proceso terapéutico es un frágil equilibrio entre volver a mirar la herida y sostener el dolor. Por eso, el proceso profundo para sanar no se hace en un día. Por eso, entrar en la herida requiere tiento. Saltarse todas las barreras de protección puede ser algo imposible de sostener y retraumatizarnos. Sin embargo, no mirar la herida y quedarse en la barrera sirve como parche, pero no nos ayuda a comprendernos en profundidad y a amarnos completamente, también con nuestro dolor. Nuestros mecanismos de personalidad son lo que un torniquete es a una herida: cuando la herida está abierta es necesario apretarlo, puede salvar una vida. Pero para curar la herida, hay que aflojar el torniquete, mirar la herida, limpiarla -aunque escueza- y aplicar el tratamiento necesario para que de nuevo pueda circular la sangre, fluir la vida.

Poco a poco, en la recta final del verano, con pereza, volvemos a la rutina. Hay quien lo desea. Repetir un día tras otro unos mismos horarios, unas mismas actividades, unos mismos movimientos, unas mismas relaciones, unas mismas dinámicas… incluso cuando esa rutina no es nuestro ideal, el confort de lo conocido nos hace sentir seguros, a veces cómodos incluso en situaciones que no nos gustan.

Y así somos, ahorrativos de nuestras energías emocionales. Sin embargo, muchas de nuestras actitudes automáticas y conocidas con las que enfrentamos el mundo, son como unas compuertas automáticas ante el río emocional de la vida. Nos es difícil reconocer el momento en que mantener esas compuertas nos agota. Es entonces cuando la rutina se convierte en una pesada cadena unida a nosotros  por un candado. Y con el candado tenemos, a menudo sin saberlo, la llave que lo abre.

Azotadas por el viento, mar adentro

las aguas se revuelven con fuerza,

reina el ruido y la confusión.

No hay sur ni norte,

ni este ni oeste. Quizá cerca -o quizá lejos-

el fin del miedo, la inseguridad y el descontrol.

Tras el temporal, los muros

-que se creyeron inamovibles y omnipotentes-

se verán derrumbados…

y la arena de la orilla,

removida, limpia y brillante.

Y dentro, quien sabe,

quizá salgo o alguien habrá conquistado

una nueva fuerza y  nueva libertad.

El cel de plom. Caps ennuvolats de molt pensar, de voler pensar sense atrevir-se a sentir. El cap pesa, de tant que s’obliga a entendre. Potser plogui, i es dissolguin els núvols, com un plor. Potser bufi un fort vent i escombri els núvols cap a algun altre lloc, com ràbia cridada. Potser simplement al matí surti el sol i s’evapori el plom, com rebre una abraçada i un somriure tendre.El cielo de plomo.  Cabezas nubladas de mucho pensar, de  querer pensar sin atreverse a sentir. La cabeza pesa, de tanto que se obliga a entender. Quizá llueva, y se disuelvan las nubes, como llanto. Quizá sople un fuerte viento y barra las nubes a algun otro lugar, como rabia gritada. Quizá simplemente mañana  salga el sol y se evapore el plomo, como recibir un abrazo y una sonrisa tierna.

Tengo miedo de mi miedo,  de mi rabia, de mi dolor. Aprendí a ignorarlos, los encadené en la más oscura de las oscuridades, y tras capas y capas y capas, puse un papel de colores, y algún lazo. Y ahora, cuando a veces se rompe alguna cadena (ya se sabe), si se desluce el papel o se cae el lazo, todo mi ser vibra de miedo, rabia o dolor… y me permito, en serena rendición, que esas emociones que me pertenecen (sí, también esas) atraviesen mi ser, ese ser que anhela ser completo.