Hubo un momento del tiempo infinito que decidiste corporizarte, encarnarte, dotarte de cuerpo. Tu luz y energía se convertieron en materia sólida-líquida, en constante movimiento, micromovimiento incesante. Con ese cuerpo tu existencia se transformó y aprendiste a relacionarte con otros seres, la mayoría hechos de materia, como tu. No te olvides, también eres cuerpo. Tu cuerpo es esta materia tan especial, ese medio que te ayuda a comprenderte a ti mismo, que todo lo sabe, todo lo registra y en algún lugar todo lo recuerda. «Corporízate», permite que emerja la sabiduría del cuerpo que un día decidiste habitar. Siente el cuerpo, toca el cuerpo, escucha el cuerpo, deja que el cuerpo exprese quien eres.

 

 

¿Cómo quedarse en el presente,

cuando vibra en nosotros el pasado,

la historia que fue y sigue moviento cada célula?

¿Cómo quedarse en el presente,

cuando el futuro, más excitante, nos refugia,

o, incierto, nos agita como si fuese real?

¿Cómo quedarse en el presente,

escurridizo y cambiante?

¿Cómo quedarse en el presente,

cuando nos desborda de amor, o de incertidumbre, o de dolor?

El tiempo no existe para las verdades del alma.

Y paradójicamente,

sólo en el estar y el devenir histórico

de nuestro cuerpo encarnado

podemos vislumbrar instantes de nosotros mismos.

Como un regalo ofrecido, inesperadamente,

de la generosa mano de la divinidad que nos alienta.

La vida de cada cual tiene un corazón. Esos hilos invisibles que entretejen nuestra historia, nuestro destino, y conforman un corazón vivo que late, que late.  A veces demasiado deprisa, a veces bombeando demasiado poco, a veces con dolor, con miedo o con timidez, a veces con una expansión que quiere abrirse al mundo. Así, nuestra vida va latiendo, en distintos ritmos, momento a momento. Afina, escucha, atiende el latir de tu propia vida. Un día, no sabrás como, alguno de esos hilos invisibles brillará dorado bajo la luz del amor que fluye al fin. Sin saber como has llegado a ese paisaje,  sin entender, tu cuerpo comprenderá un poco más quien eres. Y ese instante traerá una calma y paz infinitas, un latir acompasado. Por unos infinitos segundos sentiras el amor que atraviesa el dolor y te amarás; y esa vivencia quedará para siempre contigo, la llama que nunca se apaga. (Gracias a todos los que el pasado viernes compartisteis vuestra intimidad y vuestra presencia en la sesión de constelaciones).

 

 

Ir y volver, tomar y soltar, expansión-contracción. Un mismo movimiento único expresado en mil momentos y contextos, como el latido del corazón, el obstinato de la respiración, el baile de la anémona.

Voy hacia ti, el Otro, y me adentro en tu risa o en tu llanto, en tu alegría o en tu dolor, en tu amor. Por un instante, me siento, confiada me entrego.

En segundos la desconfianza y el miedo asoman. Vuelvo a mí, a ese yo tras mis barreras, vuelvo a una seguridad precaria e incierta. Me separo.

Sé, pese a todo, que puedo ir y que puedo volver.

Cuando estoy en mí, entregada y abierta a quien soy y a quien eres, por un instante en el tiempo y fuera de él, entonces surge el encuentro profundo, mucho más allá del miedo y la desconfianza, el encuentro en que tu y yo nos intercambiamos y nos con-fundimos en la certeza y serenidad de la pura vida, la existencia en el amor, existencia rendida, sin condiciones.

 

Los humanos tenemos tendencia a acumular. Acumulamos cosas, conocimientos, dinero, afectos, pertenencias, a veces experiencias… y también cansancio. Cuando llega el calor, el final de curso escolar, llevamos sobre nuestras espaldas muchas horas de trabajo, de conflictos, de gestiones y problemas varios por solucionar. ¡¡Buf!! A menudo obviamos nuestras necesidades y también nuestros límites. No podemos con nuestra vida. Quizá sea entonces cuando las vacaciones pueden ofrecernos algo más que un respiro. Pueden ser nuestra autoterapia, el momento que necesitamos para contactar con nosotros mismos, para darnos cuenta de como nos cuidamos (o descuidamos), para tomar conciencia de si la vida que tenemos es la vida que queremos. Y así, decidir actuar  con nosotros y con los nuestros, tomando la responsabilidad de lo que vivimos, dando valor y espacio a aquello que realmente hace que nos alegremos de estar vivos.

Cuando algo no funciona, lo lógico es cambiarlo. Al mismo tiempo un cambio -aunque sea necesario- nos asusta, nos saca de nuestra sobrevalorada zona de confort. Claro que llega un momento que el confort se vuelve incómodo y por ello necesitamos asumir el riesgo de algo distinto. Y esto vale para la vida comunitaria (política) y para la personal. Lo nuevo no es mágico, aunque al principio ver mágico lo distinto nos ayuda a dar el paso, como sucede en la fase de enamoramiento en una relación. Luego viene el día a día. Y ahí, hay que trabajar. Lo nuevo se tiene que ir construyendo. Tras las elecciones, hay que arremangarse. Y del mismo modo que nos sucede dentro de nuestra cabecita ante un cambio, igual que dentro de nosotros tenemos constantemente un diálogo interno con muchas voces, hay que escuchar. Todas las voces tienen algo que aportar. Si las callamos (tipo mayorías absolutas), las minorías se haran oir de la peor manera. Este es el reto, escucharnos, escuchar. No para responder buscando tener la razón absoluta, sino para comprender, pactar y madurar, como personas y como sociedad.

Si supiera de dónde sale la tristeza, o la inquietud, si supiera… Pero no sé, y me tienta negarlo. Y sin embargo está ahí, a veces. Quizá sea el eco de un pasado antiguo que la memoria borra o esconde; quizá sea un susurro del presente, tan amplio, tan polifacético, tan interconectado; quizá sea una intuición de futuro, que sin estar aún, ya camina.  Perseguiré una razón, con la todopoderosa mente y será inútil. Porque dentro no existe el tiempo, la frontera entre real e imaginado se esfuma y entonces, humildemente. Sólo queda descansar, esperar, mirar por la ventana el otoño, y mirar sin ver lo invisible, para poder sentir y dejar que lo que es, sea.

 

“Si uno no dejase nunca nada ni a nadie, no tendría espacio para lo nuevo. Sin duda, evolucionar constituye una infidelidad… a los demás, al pasado, a las antiguas opiniones de uno mismo. Tal vez cada día debería contener al menos una infidelidad esencial o una traición necesaria. Se trataría de un acto optimista, esperanzador, que garantizaría la fe en el futuro… una afirmación de que las cosas pueden ser no sólo diferentes, sino mejores”, Hanif Kureishi

El lenguaje siempre es un arma de doble filo. Ser fiel a un@ mism@ es, también, ser infiel a una cierta imagen que he construido de quien soy. Esa imagen, ese ego, tiene más que ver con lo que he interiorizado que debo ser o con lo que me gustaría ser… pero demasiado a menudo ese personaje está construido a base de ser una y otra vez infieles a nuestra propia esencia más espontanea. Así que habrá que empezar a ampliar el significado de la palabra fidelidad para empezar a ser quien realmente somos.

«Los mamíferos aman, el precio de ese amor es el dolor de la pérdida. Calificarlo como enfermedad y dar una pastilla reduce la dignidad del amor y lo sustituye por un ritual superficial médico» Allen Frances, psiquiatra, director del DSM IV

La psiquiatrización del mundo occidental lleva a la infantilización de sus ciudadanos. En demasiados casos, con las pastillas se  evita la responsabilidad ante la propia vida, con amor y con dolor. Eso, da beneficios económicos para unos pocos y hipoteca gravemente la vida de muchos y lastra nuestra sociedad.

(Actualización septiembre 2024) Tras la pandemia, ha aumentado preocupantemente la tasa de jóvenes con problemas de salud mental. No es solo la pandemia, es la consecuencia de una sociedad desequilibrada y disfuncional en muchos aspectos. Los jóvenes están catalizando todo este desaguiso y la medicación es un parche para contener un malestar que tiene muchas dimensiones. Los jóvenes aman, los jóvenes quieren crecer y no saben como hacerlo. La sociedad les aprieta y les consume. El propio consumismo superficial, la sobrestimulación y lo adictivo de las redes sociales les roe las entrañas y les merma la estructura psíquica, aún en desarrollo. Ellos son un síntoma y no van a ser las pastillas quien solucione todo este despropósito social y existencial. Eso sí, mientras no brindemos un apoyo de tribu saludable, las pastillas van a parar el golpe. La pena es que después nadie recoja a los heridos.

Hacer terapia psicológica no es otra cosa que adentrarse en un@ mism@ para sanar. Es, sin duda, un viaje apasionante y, como todo gran viaje, también incluye algunos riesgos y momentos críticos. A veces,  no encuentras la brújula y no puedes distinguir el norte del sur, el este del oeste. ¡Incluso puedes naufragar y, en la alucinación, no saber si estas en el agua, en la tierra o en el cielo! Tu anhelo te guía, pero a veces todo tu esfuerzo no es suficiente para acercarte a puerto. En esos momentos, aun temiendo caer en una sima, o ante el peligro real o imaginado de ser devorad@ por tu fiera, necesitas echar mano de tu espíritu explorador. Esa actitud que, desde la compasión hacia todo lo que eres, te permite entrar en rincones desconocidos, con cuidado, con curiosidad para adentrarte en nuevos paisajes y, poco a poco, probar si se hunde o no el suelo bajo tus pies.